viernes, 30 de diciembre de 2016

Dios Existe


Me despierto en medio de la noche, están gritando cerca de mí. Es una chica la que grita con todas sus fuerzas… la están reteniendo entre 3 hombres… intenta defenderse a patadas, pero uno de ellos la sujeta por los pies, mientras los otros dos no dejan de manosearla por todo el cuerpo…
Intentan llevarla dentro del parque, no hay mucha luz en la calle, trafico nulo a estas horas de la madrugada. Nosotros los que vivimos en la calle estamos acostumbrados a ruidos y gritos en la noche.. los jóvenes beben y gritan porque están eufóricos, pero estos gritos me han sobresaltado porque no son de fiesta, son de miedo, son gritos de pánico al ver que su integridad está en juego.
Despierto a Manuel que duerme junto a mí, él a su vez despierta a Ricardo, y yo sin pensarlo, me dirijo hacia los tres individuos gritando con tono de guerra, me miran y se apresuran para colarse en el interior del parque.
Ricardo esta atónito y medio dormido. La chica me mira, se mueve con más furia,  y uno de los chicos cae al suelo de una patada fruto de las ganas de defenderse…
Les grito de nuevo con la intención de que vean mis ganas de salvar a la chica… Manuel  sigue mis pasos e increpa también a los tres malvados personajes.
Se sigue moviendo con más vitalidad, y consigue ponerse a correr, pero la retienen, la cogen de nuevo de la camiseta… la chica vuelve a gritar  mientras nosotros tres nos estamos acercando. Se incorpora el chico caído al suelo, estamos cerca de ellos, Ricardo con un palo en la mano, apunto de atacarles justo cuando ellos deciden abandonar a su presa.
El miedo de la chica y vernos como sus salvadores, hace que corra y se abrace a mi buscando la salvación que tanto deseaba…
Está muerta de miedo, tiembla, llora, me mira… no puede soltar palabra, los tipos han desistido gracias a nosotros… se alejan, nos miran en la lejanía, nos gritan… pero nosotros estamos felices de haber ayudado a la chica indefensa.
Esta pálida, tiembla de miedo, en ese justo momento llega la policía, seguramente avisados por algún vecino por los gritos de la chica, no podemos ni reaccionar cuando se bajan 4 agentes, 2 de cada coche, nos separan de la chica, nos intimidan y retienen contra el coche… la chica, pálida, sigue en estado de shock.
Ya inmovilizados, un agente intenta calmar a la chica que está gritando de ver tal injusticia. Nosotros ya estamos acostumbrados, tanto Manuel como yo hemos pasado por esto otras muchas veces. Ricardo se ha esfumado al escuchar el sonido de las sirenas, ya que no ha tenido buenas experiencias con la policia.
-         -     ME HAN SALVADO ELLOS  (grita la chica todavía aterrada).
-          ¿Cómo que te han salvado ellos? Pregunta el agente mirándonos con cara de sorprendido.
-          -   SIIIII, ELLOS, SOLTARLOS POR FAVOR, (vuelve a gritar).
-          Cálmate, por favor. (el agente que me retiene a mí).
-          Si, gracias a ellos estoy bien, (pronuncia con dificultad la chica).
Después de una conversación de Marina (Así se llama la chica) con los policías, deciden quitarnos las esposas. Nos invitan a subir a uno de los coches, en el otro sube Marina. Ni una disculpa, nos tratan con desprecio, lo notamos en cómo nos ignoran…
Al final uno se acostumbra a que te ignoren, a que te desprecien, pero no entiendo como no hay más humanidad en personas acostumbradas a convivir con todo tipo de situaciones, porqué si, somos humanos, con sentimientos, con alegrías (pocas) y seres que sufrimos un desprecio tras otro.
Con Marina actuamos cómo creemos que hubiese actuado cualquiera persona cuando ve a alguien indefenso, aunque también os diré que hemos visto gente cambiando de acera cuando a los que estan agrediendo somos gente de la calle. Gente que día tras día  vemos pasar… cada día pasáis por nuestro lado y no levantáis ni la mirada por no ver una realidad que no va con vosotros. Sí, esos somos nosotros, los que os vemos infelices con vuestra vida materialista, (hoy siempre miráis hacia abajo, a vuestro móvil) los que os vemos discutir por cosas simples, los que os vemos tristes, los que no prestáis atención a vuestros hijos. Nosotros luchamos por subsistir y vosotros inmersos en una vida aparentemente normal, que nosotros algún día no tan lejanos también tuvimos.
Llegamos a la comisaria, nos abren la puerta sin mediar palabra. Marina se dirige a nosotros.
-           -   ¿Estáis bien?
-           -     Si, si, la indiferencia no mata… (respondo).
Marina más calmada, nos sonríe, me abraza, abraza a Manuel, él me sonríe… Tanto tiempo de desprecios, la vida nos da pequeñas alegrías y hoy me siento persona gracias a ella.
Nos toca hacer de testigos de tan mala vivencia, perdemos la mañana (no tenemos nada que hacer), hoy no hemos ido al comedor a desayunar, y nos tocara  conseguir algo para comer, ya que tenemos hambre, siempre vamos al limite. No nos ofrecen ni un vaso de agua, ellos van y vienen, se ríen, pasan por nuestro lado como si no existiéramos… pero es más habitual de lo que quisiera.
Marina está en la sala contigua a la nuestra, en ese momento llega un señor que por lo que deduzco debe de ser su padre. Ella se lanza a llorar, como puede, le explica (eso supongo, ya que el probable padre, nos mira) que nosotros intervinimos en ese mal trago acabado de pasar.
Calma a Marina y cuando puede entra en nuestra sala y con un buen apretón de manos se nos presenta.
-     -  Hola Soy Luis, padre de Marina, muchísimas gracias por ayudar a mi hija, no tengo palabras para agradeceros  lo que hoy habéis hecho por ella.
Manuel y yo nos miramos, no estamos acostumbrados a tanta gratitud, bueno a ninguna gratitud. Somos transparentes, aunque muchas veces, los que nos ignoran cambien de acera, o puedan casi pisarnos.
-         -       El es Manuel, yo soy Enrique. (nos vuelve estrechar la mano). Son instintos humanos que tenemos, y que nosotros compartimos, lo que le pasa a uno, es problema de todos, y al vivir en la calle nuestra solidaridad aumenta.
-          -       ¿Cómo esta Marina? Preguntó Manuel (algo  increíble en él, ya que es súper tímido).
-          -      Nerviosa, pero muy agradecida a vosotros. ¿Qué os falta hacer? ¿tenéis para mucho rato?
-          -      No lo sé, hemos testificado, mirado fotos de archivo y nos dicen que nos esperemos.
-          -      Vale, voy a ver si me aclaran como está el tema, ya que Marina necesita descansar.
No pasan ni 5 minutos que ya nos vienen a comunicar que podemos  irnos. Que ya saben dónde localizarnos, pues parece ser que aunque nos ignoran, saben de nosotros.
Salimos todos juntos, Marina nos da de nuevo las gracias. Luis nos invita a que vayamos a su casa a comer. Nos miramos Manuel y yo.
-        -     Tenemos que volver , hemos dejado todas nuestras cosas cerca del parque y corremos el riesgo de que desaparezcan.
-     -    Tomar esto (extiende la mano y nos da dinero), por favor aceptarlo e ir a comer y comprar lo que necesitéis.
Cojo el dinero, lo guardo sin mirar. Marina nos mira con gratitud,  está muy cansada. Luis antes de irse, nos da su tarjeta de visita y dice:
-        -    Si necesitáis algo, por favor, venir a mi casa o llamarme. Yo y mi familia estamos en deuda con vosotros. Nos veremos pronto. Muchas gracias de nuevo.
Vemos como se alejan, Manuel y yo nos miramos y sin perder un minuto saco el dinero del bolsillo. No me lo puedo creer.
-          -      Dios existe, Dios existe Manuel (no dejo de gritar). Y todavía hay personas buenas y agradecidas.
En este momento recuerdo que Manuel necesita comprar unos zapatos nuevos, ya que tiene un 47 de número y en Caritas no tienen tan grandes.
-          -     Manuel, hay casi 300 euros, (estamos llamando la atención) vuelvo a gritar.
Mi compañero del alma me calma y me indica que guarde tan preciado tesoro, ya que para nosotros un Euro tiene 5 o 6 veces su valor.
Decidimos ir a comprar al súper de siempre, allí donde no nos registran al salir, ya que saben que somos SIN TECHO, pero no ladrones. Me imagino comiendo en un restaurante un menú sencillo, pero no, no quiero ni pensarlo, pues la última vez que lo intenté, me sacó la policía del restaurante. El propietario argumentó que molestábamos a sus clientes.
Una vez realizada la compra, recogimos nuestras pertinencias y nos fuimos al parque a disfrutar de tan rica comida. Comentamos que ternura la de Marina y Luis, aunque la chica lo ha pasado muy, pero que muy mal.
Estoy feliz de poder ir con mi amigo a comprar sus zapatos, pues camina con la suela zurcida al zapato con cinta aislante por fuera del calzado, y cuando llueve, el agua corre a sus anchas en sus pies.


Si, hoy una vez más, pienso que DIOS EXISTE, tanto para los abandonados como para el resto, hoy para Marina hemos sido sus Ángeles protectores.

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domingo, 11 de diciembre de 2016

Una triste habitación


Estoy intentando dormir en una fría noche del mes de diciembre. Estoy en Barcelona, en la Zona del Born, justo delante del parque de la Ciudadela.
No consigo sacarme el frio acumulado durante el día. Los ruidos me incomodan para dormir, ida y venidas de turistas, personas que caminan y conversan bajo las arcadas bien iluminadas del edificio.
Noto el peso de las mantas que me ayudan a entrar en calor, cierro los ojos para evitar la luz que entra en mi triste habitación.


Hoy ha sido un día de recuerdos: instantes  que me hacen volver a mi niñez cuando paseaba de la mano de mis padres. Todos hemos crecido con la firmeza de su mano,  que cuando caminábamos con ellos nos sentíamos tan felices y seguros que a nada temíamos.
Un niño me sonríe al tiempo que su mano aprieta la de su padre, este, no puede evitar mirarme de reojo para ver a quien sonríe su hijo.
Se paran a pocos metros de mí, eso me hace feliz, ya que en esta ocasión soy uno más. Juegan en el césped del parque, el día es muy soleado, y padre e hijo se revuelcan en el césped ante la atenta mirada de la mama.  El niño de unos 4 años, tiene una sonrisa que enamora nada más escucharla, son esas carcajadas que se contagian y consigue hacerme sonreír mientras los observo disimuladamente.
Recuerdo cuando en una ocasión mi padre corría detrás de mí, y yo, no dejaba de reír ante la mirada de mi madre. Son de esos días que cuando los recuerdo mis viejos ojos se en lagriman sin yo poder evitarlo.
El niño de 4 años, se llama Carlos, la mamá lo llama para darle algo de comer, el niño que en todo momento me sigue con la mirada, me sonríe de vez en cuando. Cansado de las volteretas dadas con su padre, se sienta a comer una bolsa de palitos de pan. Es un placer ver cómo come y no deja de sonreír…  Me olvido de todo, mi mente de vez en cuando me ayuda a sentir que puedo ser una persona como cualquier otra…
Carlos sigue sonriendo, de repente, se levanta, y feliz se dirige hacia a mí, me incomodo por lo que puedan pensar sus padres, ya que otras veces, los papas no quieren que sus hijos se acerquen a desconocidos. En ese segundo el papa lo observa y me sonríe. Carlos me ofrece toda la bolsa de sus palitos de pan.
-          ¿Los quiere, señor?
Miedo a la situación, su papa me observa y asiente con la cabeza, me autoriza cómo el que autoriza a un niño a acercarse a un mayor.
En ese momento, escucho.
-          Por favor, no quiero más palitos, ¿los quiere usted?
Prácticamente me los pone en mis viejas manos, su sonrisa contagia a mi tímida sonrisa, lo miro, y le respondo.
-          Gracias, muchas gracias. Eres un buen niño ( y vuelvo a sonreír agradeciéndole su amable gesto).
La bolsa de palitos, está casi llena, me como un par de ellos en el banco soleado de un día frío de diciembre. Me guardo el resto de palitos para la cena, los compartiré con amigos antes de dormir.

La familia con Carlos en la cabeza se alejan, no sin antes, despedirse de mí con su pequeña mano alzada diciéndome ADIÓS.


Este es mi momento, me siento feliz, sólo deseo y necesito sentirme persona, ser uno más pese a mi situación. Mis pensamientos e ilusiones siguen estando en mí, aunque sé que mi realidad no es la de la mayoría… hay opciones de vida que para mí ya no existen ni existirán nunca. Es como un morir en vida, es como que el día te limita, cada nuevo día me limita, y yo lo acepto pensando en mis errores vitales. Todas las personas nos equivocamos, pero unos salen airosos, y otros sin saber cómo ni por qué, nos hemos vuelto invisibles para la sociedad.


Parece ser que entro en calor, supongo que gracias a mis pensamientos y recuerdos de mi infancia, esos que me dan calor humano con sólo recordarlos. Los ruidos no cesan, y la luz sigue entrando en mi triste habitación, 
aún así, estoy calmado, ya que hay días que auguro el peligro y no puedo dormir en toda la noche porque sé, que mi habitación hecha de cartones no me protege de ni del frío ni de persona que puedan querer lo poco que arrastro y guardo en un pequeño carro de la compra. En él, tengo algo de ropa, una vieja radio, algún producto prácticamente gastado de higiene personal, etc …  pero lo más importante para mí, son las pocas fotografías de mis seres queridos, esas que miro y remiro cada día, para pensar y desear que allí donde estén sean felices.
Hoy me siento feliz por la gratitud de Carlos, el niño de 4 años que me ha hecho sentir una persona más, algo que hacía meses que no sentía.
En mis pensamientos les doy las gracias a los padres de Carlos, ya que son ellos que han educado a su hijo para que no tema acercarse a mí… lógicamente, bajo la supervisión de ellos, haciendo  con este gesto que su hijo crezca con unos valores que en la mayoría de casos son rechazo en lugar de aceptación…
Hoy me siento afortunado, así me he sentido gracias a la sonrisa de Carlos y su gesto voluntario de darme los palitos. Me acurruco en mis viejas mantas con una sonrisa dedicada a las buenas personas, esas que muy de tanto en tanto me sorprenden y alivian mi vida en la calle. Una vida que no elegí, ni tampoco recuerdo muy bien como llegué a ella. Apreciar lo que tenéis y no temáis compartir con alguien como yo una mirada o una sonrisa… eso me hace feliz y no os robaré nada, ya que si fuese un ladrón, mi habitación no sería UNA TRISTE HABITACIÓN.